Tu abuela era una moderna y tú sin enterarte. La mujer del franquismo, entre la mantilla y los 'zapatos de coja' (2024)

Soy afortunada. Mi padre, que en paz descanse, fue un apasionado de la fotografía. A mi madre debía de traerla frita, porque hay fotos suyas incluso en bata regando las plantas, allá por los primeros años 50. Pero el caso es que gracias a la pasión de mi padre por inmortalizar a mi madre y al interés de ella por la moda, mi álbum familiar es, a la vez que entrañables estampas biográficas, un recorrido bastante completo por las tendencias en el vestir entre los años 40 y los 70. Cuando cada tanto repaso con mi madre esas imágenes, casi todas en blanco y negro, salen a flote anécdotas del tipo: "Esta falda lápiz me la hizo mi hermana con un pantalón viejo de mi padre, dándole la vuelta a la tela". O algunas mucho más espectaculares, como cuando, en Fernando Poo, en algún momento de los años 30, un gorila se agarró a la pantorrilla de mi abuela María, que pudo escapar de su ataque gracias a las resbaladizas medias de seda que llevaba.

Porque, hiciera frío o calor, las medias de seda, "imprescindibles y muy caras", escribe la historiadora Ana Velasco Molpeceres en su libro 'La moda en el franquismo. Tul ilusión y arriba España' (ed. Catarata), fueron esenciales (que se lo digan si no a mi abuela) en la vestimenta femenina durante décadas, aunque tras la Guerra Civil se convirtieran en un objeto de difícil acceso a lo cual se sumaba su efímera existencia. Porque, explica la autora, "se rompían constantemente".

Si no tenías medias, te las dibujabas

Si no podías comprártelas de seda, siempre podías tirar de las de rayón o viscosa, pero cuando estos tejidos fueron también monopolizados por los ejércitos en los años 40, las medias "se convirtieron en un objeto muy preciado, casi imposible de conseguir. Quien tenía un par, lo cuidaba. Se cogían los puntos, se zurcían y recosían los dedos, que no se veían, se ponían con mucho cuidado, incluso con guantes, para no hacer una carrera con las uñas o, peor, un agujero grande, y se lavaban y tendían con mimo".

Tan esenciales eran las medias en la vestimenta femenina que quien no tenía para comprárselas se dibujaba una línea vertical en la parte trasera de las piernas, imitando una costura longitudinal. Porque una mujer sin medias era como un pájaro sin plumas. Luego llegaron los 50, el nailon y las 'medias de cristal' y eso ya fue otro asunto.

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Todas estas historias que parecen 'pequeñas' sobre nuestro pasado, cuentan mucho más de lo que parece. Y ese trabajo, el de construir el relato de un tiempo a través de la moda, y viceversa, es el que ha hecho Velasco Molpeceres en su libro. No es su primera incursión en este terreno, que ha convertido en especialidad. En su haber se cuentan 'Ropa vieja. Historia de las prendas que vestimos' o 'Historia de la moda en España. De la mantilla al bikini'. Pero en esta ocasión se ocupa de un periodo especialmente interesante precisamente por la cantidad de bruma que lo cubre, una fase que solemos mirar a través de gruesas capas de clichés.

A eliminarlas no contribuye, precisamente, la documentación gráfica que más abunda de esa época. Un ejemplo: cualquiera que haga una búsqueda en la poderosa agencia Getty de mujeres españolas de los años 40 y 50 encontrará un puñado de damas de riguroso luto y mantilla en Semana Santa o vestidas con trajes regionales en festejos patronales y ferias. Punto. 'Oscuridad y fiesta', podría titularse el álbum.

No tanta mantilla como pensamos

"Es verdad que hay una visión de las españolas de los años de la posguerra como viudas enlutadas, con el pelo recogido en un moño, y el velo para ir a misa», explica a Yo Dona la propia Ana Velasco Molpeceres; «esto fue una realidad, pero muy anterior al franquismo. Lorca, por ejemplo lo retrata perfectamente en 'La casa de Bernarda Alba'. Es indudable que tras la Guerra Civil se vieron muchas viudas o con muertos en la familia que se pusieron de luto y no se lo quitaron... Pero también es verdad que en las ciudades las cosas eran algo diferentes. El cine, que era muy barato, era la diversión de todos los españoles, tanto niños como adultos, y muy especialmente de las mujeres, igual que la radio. Pero el cine era imagen y no hay duda de que su impacto fue mayor, al menos antes de que llegara la televisión».

Lógicamente, nos recuerda la autora, la mayoría de la población no iba a fiestas sofisticadas, ni vestía de alta costura... "pero iba al cine. Y allí salían galanes fabulosos y mujeres glamurosas y su ropa se imitaba, igual que en cualquier otra parte (aunque aquí se estrenaran con censura o se recortaran). El ejemplo que el libro describe y que más importante me parece es el de las chicas topolino, que en los años 40 sobre todo fueron todo lo que la dictadura pretendía rechazar con la moral nacional-católica por bandera. Eran noveleras o peliculeras, como se las llamaba en la época, devotas de ir al cine y de imitar a sus ídolos... y eran reconocibles por las gafas de sol (que no estaban extendidas como hoy), los zapatos de coja (de plataforma), el maquillaje tipo Hollywood y el pelo teñido y peinado como las actrices".

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Todas las mujeres, añade la autora, iban a la peluquería, "un espacio femenino de socialización muy importante, y el cabello era clave. Igual sólo tenían una falda para diario y un par de blusas, pero (se ve en las fotos) se conducían de una manera diferente. La sociedad era mucho más formal y casi todas parecen muy elegantes, casi estrellas de cine. Es verdad que las topolino fueron sobre todo adolescentes que luego sentarían la cabeza y se casarían con veintipico años, pero su omnipresencia en el imaginario de los 40 evidencia que hubo mucho más en la España de la posguerra de lo que a veces se dice". Puntualiza Velasco Molpeceres que con lo anterior no está negando que hubiese pobreza -"hubo muchísima, igual que represión"- sino la idea, tan extendida, de que la gente "no tenía vida" en aquella época:"La moda, las tendencias, los modos... no son sólo el lujo, como a veces tendemos a reducir; están en la manera de saludarse o de charlar, por ejemplo".

La batalla por los pelos

Entre los fenómenos interesantes que describe la autora en su libro está, precisamente, la que podríamos llamar 'la batalla por los pelos'. En la primera posguerra el peinado 'arriba España' -así llamado ni más ni menos porque consistía en elevar el pelo por la parte delantera a modo de tupé, con cardados, cintas o lo que se tuviese a mano-, se las vio con las propuestas de la Sección Femenina, que prefería, cita la autora, "peinados recogidos a la cabeza pequeña de justas y armoniosas proporciones, como aquellas bellas figuras de los tapices que deleitaron a Pisanello" (una foto de Pilar Primo de Rivera, fundadora de aquel 'ejército' de mujeres entrenadas para servir a la patria sirviendo a su señor esposo, nos la muestra de tal guisa, aunque los labios pintados de intenso rojo delata un tic de coquetería inevitable).

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Ambos peinados era, no obstante, la respuesta 'nacional' a las 'melenas de miliciana' o 'de roja' muy mal vistas enaquella época y que se trató de erradicar vía propaganda (recordemos, en equivalencia masculina del asunto, aquel famoso 'claim' visto en una sombrerería madrileña que decía: 'Los rojos no llevan sombrero').

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No era Balenciaga todo lo que relucía

Otro de los efectos beneficiosos de este libro es el de ampliar nuestro horizonte cuando pensamos en el universo de la moda española: "Normalmente cuando se habla de la moda en el franquismo el discurso se reduce a la Alta Costura y, sobre todo, a Balenciaga. Balenciaga es un gran diseñador, pero su figura ha empequeñecido, o al menos, ocultado, todo lo que pasaba aquí en España en el ámbito de la moda. Por otra parte, a veces reducimos la moda a Alta Costura, grandes marcas, desfiles y reportajes en revistas. Estos, sin duda, fueron y son muy importantes, pero no lo único. La moda, como decía Chanel, está en el aire, conectada con la economía, la sociología, la política, las relaciones internacionales, la historia de la vida cotidiana...".

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Tul ilusión para novias del montón (y también de excepción)

La moda nupcial y los trajes de comunión constituyen otro objeto de un análisis que desvela el papel central que tenía para los españoles, incluso en los peores momentos. De hecho, es el 'tul ilusión', ese tejido con el que se confeccionaba un velo más largo o más corto, más denso o más liviano, más lujoso o más barato, pero presente durante décadas, el objeto que abre el libro. Su popularidad fue tanta que en 1963 la prensa se hacía eco de su escasez en el mercado. La influencia que las bodas de personajes como Cayetana Fitz-James Stuart o Farah Diba tuvieron sobre los gustos del momento, los precios que afrontaban las familias a la hora de vestir a sus novias y los vaivenes de las tendencias -en 1973, el diseñador Pedro Rodríguez sentenciaba las colas con la frase lapidaria: "Nunca puede resultar elegante o airosa si lleva un cortinón de doce metros al brazo"; no imaginaba el modista que años después volverían con más energía que nunca- dibujan un mapa que excede con mucho lo puramente estético.

Precisamente al mencionado diseñador se refiere Ana Velasco Molpeceres cuando dice: "Creo que no se puede reducir la moda de España a nombres como Balenciaga o Pedro Rodríguez, o incluso a Flora Villarreal, sino que hay que entender que es un fenómeno más amplio, igual que el franquismo no puede reducirse al mito de los 25 años de paz y al mito del desarrollismo de los 60... con los bikinis, las suecas y demás. Tampoco es posible entender la sociedad del franquismo como si, las tres décadas largas, hubieran sido el año 1939 o 1940 todo el tiempo. La sociedad de consumo se desarrolló, penosamente, y este libro ayuda a entender ese proceso".

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La moda en el franquismo. Tul ilusión y arriba España

Ana Velasco Molpeceres

240 páginas. Catarata. Puedes comprarlo aquí.

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